Vergeles de Gaia
Mil kilómetros recorrí con Sole para llegar a los Vergeles de Gaia. Primero, desde Córdoba a Gijón, atravesando toda España sobre vías ferroviarias de alta y lenta velocidad, que de todo hubo. Después, desde Gijón a la aldea de Monasterio, en el concejo de Careñes, por autovías y carreteras secundarias, que también utilizamos para desplazarnos, a continuación, hasta Pola de Allande, Barbucedo y Robledo. Gracias Inma por trasladarnos a aquellas horas tan intempestivas.
A partir de Barbucedo, en la furgo de Sure sorteamos una vía forestal que finaliza donde comienza un camino de piedra imposible de seguir con vehículo a motor. Además, está prohibido. En aquel punto, iniciamos la ruta a pie hasta llegar a Aguanes, una aldea abandonada por sus antiguos habitantes, como casi todas las del entorno. En los días previos, llegué a aventurar que el último tramo lo haríamos sobre alguno de los caballos astures que pastan en aquellos montes. Pero, finalmente, pudimos llegar por nuestros propios medios a pesar del esguince de Sole.
Habíamos partido días atrás desde la calurosa Sierra Morena cordobesa en dirección a los montes asturianos que limitan con los gallegos, en las proximidades de la provincia de Lugo. Atravesamos las dehesas de Los Pedroches, Despeñaperros, la meseta castellana y, finalmente, la cadena montañosa que da paso al paraíso asturiano. Toda una paleta de colores y paisajes se nos ofrecía en el intenso estío de la segunda mitad de julio 24 a medida que nos adentrábamos desde el sur dirección mar Cantábrico. Cielos rasos, azules, con apenas nubes blancas, definidas y naturales, nos acompañaron durante todo el trayecto. Los lugareños comentaron que les habíamos llevado el Sol de Andalucía. Y nosotras, felices, disfrutando temperaturas diurnas primaverales, prados y bosques verdes, inimaginables en el hervidero sureño, y de las noches arropaditas.
Vergeles de Gaia es el territorio donde habitan, entre otros, dos seres muy especiales, Sureyna y Guayra. Esperaban nuestra llegada con cierta expectación por nuestro lejano origen. Igual que nosotras. Contábamos con la garantía de una amiga común, Inma, quien hizo posible el encuentro. Por fin nos conocíamos y podíamos compartir saberes que unas y otras habíamos ido acumulando en nuestro trayecto intervital.
La primera toma de contacto junto al río, un fresco manantial que abastece a la aldea con abundancia, fue un enorme alivio después del agotador viaje. A continuación, también conocimos a otros habitantes del lugar, además de los caballos, patos y gansos, gatos y perros.
Entrar en Aguanes fue desplazarnos a otra época. O, más bien, a un tiempo sin tiempo, donde se fundieron pasado, presente y futuro. La pizarra y la piedra, el bosque, las montañas, los ríos, los huertos y las praderas conforman un marco que habría sido posible encontrar en cualquier pintura bucólica del medievo o del renacimiento. Pero, sin embargo, allí estaba, presente. Y nosotras viviéndola como recomienda Eckart Tolle, “Aquí y Ahora”.
Nuestro taller de reconocimiento de plantas y flora local, herbolaria y alquimia ocupó todo el espacio y nuestra atención. Nos bebimos de un trago toda la información que Sureyna nos ofreció con tanta generosidad, sus recomendaciones, sus respuestas y confirmaciones a nuestras continuas preguntas, incógnitas y certezas.
Círculo de mujeres, confidencias bajo las estrellas, intercambio de saberes, apoyo mutuo, sonrisas que acarician el alma, danzas que conectan con la Esencia que somos y que trasciende vidas, porque es infinita y única. La vibración arriba y el poder del UNO se sentía y transpiraba por cada pétalo y poro de piel, por cada célula y gota de agua. Estaba en la brisa nocturna y el rocío de la mañana; en el canto del gallo y los pájaros y el relincho de los caballos. Sobre todo, en los sonidos del silencio y en el rumor del agua saltando sobre pequeñas cascadas a lo largo del curso del río que baja desde las alturas.
La noche y el día se fundieron en un instante pleno. Amanecer de niebla. Meditación matinal con los primeros rayos de sol iluminando las caléndulas, el hipérico y la milenrama. Conexión tierra-agua-aire. Inmersión en el jardín medicinal. Identificación y recolección de plantas, flores y frutos autóctonos.
Como las viejas alquimistas que fuimos, elaboramos oleatos, tinturas, alcoholatos, elixires, cremas y ungüentos. Las enseñanzas de María Treben y Josep Pámies salpicaban nuestra animada charla. El tiempo voló. Pero, la labor fue muy productiva.
Las mochilas regresaron a Córdoba cargadas de frascos, hierbas, plantas, flores, frutos y apuntes. Y nuestros corazones repletos de ganas de volver a Aguanes y de futuros encuentros también en el Sur, pero en primavera.
Gracias Sure.
Magnífica experiencia. Felicidad plena. Vida plena. Momento consciente. Naturaleza impagable. Nos retrotrae a las ancestrales tradiciones del mundo celtíbero.
Gracias, Rafael.